jueves, 11 de diciembre de 2008

Charla de Tomás Hirsch en el Foro Humanista Europeo de Lisboa

Tomás Hirsch es militante humanista chileno y candidato por el pacto Juntos Podemos Más, agrupación que aglutina a más de 50 fuerzas progresistas de Chile y cuarta opción más votada en las pasadas elecciones presidenciales.
Amigos, la palabra "humanista" la usa hoy todo el mundo, cualquiera sea el sector al que pertenezca. La preocupación por el ser humano, por su destino individual y conjunto parece estar de moda y desde los ámbitos más diversos, incluso desde aquellos que son opuestos en sus concepciones, emanan declaraciones muy sentidas respecto de qué hacer para mejorar la condición humana.
El racismo, la discriminació n de la mujer, de los homosexuales o de minorías de cualquier tipo parecen ser anacronismos que nadie osaría defender abiertamente. Lo mismo sucede con el uso de la violencia. Y cuando aparecen algunas de esas manifestaciones, no tardan en hacerse oír las voces de quienes, en nombre del humanismo, las repudian enérgicamente. Da la impresión de que aquellos odios ancestrales hubieran comenzado por fin a ceder y de que la especie humana se encaminara hacia los también viejos ideales del diálogo y el entendimiento mutuo.
En el campo político, la democracia como sistema de gobierno ha terminado por imponerse en la mayoría de los países y, como nunca antes en la historia, son los pueblos los que hacen sentir su voluntad a través de elecciones periódicas y de las encuestas que deben realizar con frecuencia los gobernantes para sondear a la opinión pública.
Comunicaciones globalizadas, herramientas tecnológicas poderosísimas aplicadas a la salud, a la educación, a la síntesis y producción de alimentos, son todos signos alentadores de que estamos en condiciones de dar el gran salto: pasar definitivamente del campo de la necesidad al campo de la libertad, dejar atrás la prehistoria para entrar en la historia verdaderamente humana. Podemos afirmar, sin ningún tipo de exageraciones, que la plataforma material para efectuar ese lanzamiento está disponible y no es patrimonio de ningún sector en particular, ya que deriva del esfuerzo laborioso de toda la especie humana a lo largo de su historia. No existe ninguna razón operacional o técnica para no dar ese salto.
Sin embargo, ese paso no se da. Y las grandes mayorías del planeta, marginadas de la participación de tan deslumbrante progreso, se ven forzadas a seguir esperando sin entender las razones o las causas de esa discriminació n, puesto que asisten perplejas al escandaloso espectáculo de unas minorías poderosas y privilegiadas que sí están gozando de esos beneficios. Hoy esta desigualdad ya no puede justificarse de ninguna forma y, por lo mismo, es aún más indignante y vergonzoso observar a muchos de nuestros gobernantes tratando de explicar lo inexplicable, "administrando" las crisis sociales y con ello haciéndole el juego a los poderosos, al trasladar las legítimas y urgentes aspiraciones de sus pueblos para un futuro lejano siempre inalcanzable.
En tiempos como los que corren, es muy difícil para un ciudadano común verse a si mismo como agente de cambio de los acontecimientos sociales.
Los individuos somos parte de una estructura social mayor que, además, está en movimiento, es decir, sometida a cambios y transformaciones que no siempre entendemos ni sabemos interpretar. Lo único claro es que para donde ella vaya iremos nosotros (y nuestros hijos y nietos…) imperiosamente. Caer en cuenta de este hecho nos lleva necesariamente a preguntarnos hacia adonde nos conduce, ¿hacia una situación mejor o una peor? Y si la dirección que ha tomado el sistema que nos incluye fuese destructiva, como parece indicarnos la experiencia directa cotidiana, ¿qué podemos hacer para modificarla?
Son preguntas difíciles de responder. Más aún hoy, cuando ese sistema ya no es local sino global: ya no se trata de un país o de una región sino que del mundo entero, lo cual parece constituir un desafío mayúsculo para un individuo, que igual ve afectada su vida por más remoto que sea el lugar donde habita.
Si lográramos tomar distancia, ¿cómo se vería nuestra época? Lo primero que se nos hace patente es el altísimo nivel de violencia que ahoga a las sociedades. Como si fuera un pesado lastre que no puede dejar atrás, la violencia física, racial, religiosa, psicológica, sexual y, sobre todo, la violencia económica derivada de la injusticia social y la desigualdad de derechos y oportunidades han llegado hasta el presente como una herencia siniestra.
¿Es posible erradicar, de una vez y para siempre, la maldición de la violencia desde las sociedades humanas? A la luz de la experiencia histórica, estaríamos tentados a decir que no, que se trata de una esperanza ilusoria. Sin embargo, también es cierto que en distintos momentos del tiempo han existido personajes y causas que alcanzaron sus objetivos sin recorrer el camino de la sangre y la destrucción; ellos nos sirven de modelos o referencias vivas para orientar nuestra acción y nos devuelven la fe en una lucha que pueda hacer real esa vieja aspiración humana.
Es oportuno recordar aquí lo dicho por Silo en su último Libro, "Apuntes de Psicología IV": "Es posible considerar configuraciones de conciencia avanzadas en las que todo tipo de violencia provocara repugnancia con los correlatos somáticos del caso. Tal estructuració n de conciencia no violenta podría llegar a instalarse en las sociedades como una conquista cultural profunda. Esto iría más allá de las ideas o de las emociones que débilmente se manifiestan en las sociedades actuales, para comenzar a formar parte del entramado psicosomático y psicosocial del ser humano."
Hace alrededor de trescientos años atrás, el mundo occidental se sumergió en una especie de marea revolucionaria, impulsando por todos lados aquellos cambios sociales estructurales que hoy parecen olvidados: se trataba de modificar los usos, no sólo los abusos, según el decir certero de Ortega yGasset. En la mayoría de los casos, cada uno de esos proyectos terminó hundido en un mar de sangre, muerte y destrucción. La fiebre revolucionaria parece haber cesado luego del fracaso de la utopía marxista en la Unión Soviética y los pueblos han entrado en un estado de sorda desilusión, mientras que la lucha se ha desplazado hacia los choques entre culturas. En ese escenario, la izquierda más radical se ha quedado sin proyecto y el viejo socialismo parece haber asumido su derrota, bajando las banderas revolucionarias vinculadas a su tradición histórica para adherir a un proyecto tibio que en sus días de fervor criticó duramente. En muchos lugares, ha ido mutando hacia la socialdemocracia conformando aquello que denominan los "frentes amplios", conglomerados que responden a la vieja teoría de la acumulación de fuerzas, para conquistar el poder político y terminar administrando el modelo imperante, ahora como "parachoques" de las mismas movilizaciones sociales que, en sus mejores épocas, impulsó y lideró. Porque sucede que no todos son lo que dicen que son y los términos se han ido manipulando y confundiendo y así hoy día ya no basta con decirse de izquierda para significar que se está luchando por los derechos de los pueblos; hay quienes hoy día se visten y disfrazan de izquierda justamente para hacer más digerible y cosméticamente más aceptable el mismo modelo que dicen rechazar.
Son muchos los partidos que han experimentado la misma tendencia y, gracias a esta táctica, han logrado acceder a pequeñas cuotas de poder político con el discurso de que es mejor estar ahí que en ninguna parte. Lo cierto es que por todos lados hemos escuchado la misma canción amarga de la derrota: se ha pasado del "avanzar sin tranzar" al "tranzar sin avanzar".
En realidad, hoy el poder político aparece como un simple intermediario o ejecutor de las intenciones de las grandes concentraciones económicas, que impúdicamente han instalado el código de que los gobiernos sólo pueden ser "administradores" de sus países porque el modelo económico y social universal que establece las reglas del juego impuesto por ellos es inmodificable. O sea, han convertido a la ilustre función de gobernar en una especie de magíster ludi, que a lo más se ocupa de que las reglas se cumplan, sin autoridad ninguna para cambiar el juego. Por cierto, no es un papel muy digno para los políticos, pero así están las cosas.
Y se chantajea a las poblaciones diciéndoles que si no quieren que gane la derecha deben votar por estas socialdemocracias, que una vez en el poder terminan gobernando justamente para las derechas. Expresamos nuestro total y absoluto rechazo a este chantaje al que se somete a nuestros pueblos bajo el concepto del mal menor. Los humanistas nos movemos en la vida buscando la coherencia, haciendo coincidir lo que pensamos, sentimos y hacemos, y lo que hacemos en la vida busca siempre construir sociedades más justas, no buscamos conformarnos ni conformar a nadie con males menores.
Si formamos un Partido, lo hacemos porque pensamos que con ello contribuimos al proceso humano. Lo hacemos en realidad porque el Humanismo aspira a producir una transformació n estructural. Y en esa dirección sabemos que no podemos hacerlo en un solo campo, que tenemos que actuar en los diferentes campos de la diversidad humana. El campo de lo político, de lo social, de lo cultural, son tres campos en los cuales se puede actuar para modificar las condiciones de vida de los pueblos.
Entonces, en el campo político podemos actuar intentando producir transformaciones en ámbitos pequeños o ámbitos más grandes, barrios, ciudades, países, regiones, o el planeta entero. A su vez tenemos claro que a través de la política no podemos cambiar todas las condiciones de este sistema; por eso es que no somos sólo un partido, ahí está la diferencia con otros, que son solo un partido. Nosotros somos un Movimiento que se expresa también en lo político, porque entendemos que el solo ejercicio de la política no basta para producir la transformació n. Porque sabemos que la acción en el campo cultural y social, así como también lo espiritual, son también fundamentales para esa transformació n.
Entonces no se trata de dejar todas nuestras actividades como Movimiento para formar un partido. El partido no es la solución de todo, pero no viene mal, porque si no está, se deja todo un espacio libre, desde el cual se podría influir en la sociedad.
Es el momento de avanzar en lo político.
Al momento de formar el partido, debemos hacerlo como una proyección de lo nuestro y no como una imitación de los otros, porque por ese camino se nos van a complicar las cosas, si lo vamos a hacer en los términos de comparar lo que le pasa a los otros partidos, como se hacen los otros partidos, como se caen los partidos, si lo vemos desde ahí, vamos a tener problemas, en razón a que tenemos la mirada puesta allá. Lo nuestro debe expresarse de otro modo: nosotros tenemos un Movimiento que se proyecta en el campo político, lo que va a resultar como Partido Humanista es lo que tenemos como Movimiento. Si tenemos un Movimiento con solidez interna, que lo tenemos, con gente cualificada, con proceso, con registros de coherencia, en fin, con conexión con lo profundo, eso es lo que se va proyectar.
El partido es la expresión política del Movimiento. Es el Movimiento el que va desarrollando diferentes frentes de acción y el partido es la expresión política de ese Movimiento. Quiero insistir en este punto: si hasta hoy se consideraba a los partidos como la vanguardia, y a los movimientos sociales como la fuerza de trabajo de esos partidos, hoy debemos comprender que quienes llevan la iniciativa del proceso son justamente los movimientos sociales. Desde ese punto de vista valoramos y apoyamos el proceso boliviano donde son justamente los movimientos sociales los que se han hecho gobierno. Y aun cuando no sabemos como terminará ese proceso, por las innumerables dificultades que enfrentan, destacamos esa característica que lo hace especialmente cercano. Hace poco más de un mes tuvimos la oportunidad de encontrarnos con Evo Morales y junto con regalarle las Obras Completas de Silo, le ofrecimos la ayuda que el Movimiento Humanista y los Partidos Humanistas podemos darles para vincular ese proceso con diferentes organizaciones sociales y juveniles de los países en que estamos actuando.
Y así como he visto esa esperanza renacer en el pueblo boliviano, la he visto en las organizaciones de Costa Rica luchando contra el TLC, la he visto en los millones que se movilizan en México contra el fraude electoral, la he visto en los valientes estudiantes chilenos que se levantan contra un sistema educacional perverso.
He visto en decenas de países a los jóvenes hacer el signo de la Paz y salir a las plazas a pedir por el desarme mundial y exigir la destrucción de los arsenales nucleares.
Es cierto que el mundo está en serios problemas. Pero es cierto también que son muchos los que anhelan y buscan nuevas respuestas y nuevos caminos.
En numerosos países he visto gente que está buscando un nuevo camino revolucionario, ya que intuye que los métodos de análisis y las formas de lucha clásicos no les sirven para encontrar las nuevas respuestas. Con esos que buscan nuevos caminos, luchadores sociales de distintas generaciones, que se atreven a dejar atrás antiguos moldes, queremos encontrarnos y construir junto con ellos una nueva izquierda, que tal vez ni siquiera utilice esta añeja denominación porque necesita refundarse completamente.
Las nuevas generaciones están irrumpiendo en el momento histórico y muchos están buscando modos de participación para expresar sus inquietudes y su necesidad de plasmar el nuevo mundo que traen con ellos. He visto en el recorrido por Europa y Latinoamérica, numerosos partidos, grupos, organizaciones y a mucha juventud que no participa de ningún partido, con sentimientos de fuerte búsqueda, con necesidad de intercambio y de construcción de un proyecto que les dé esperanza y futuro.
Es necesario discutir las características de la interculturalidad entre las nuevas generaciones y las generaciones adultas, que deben hacer un esfuerzo de apertura más allá de la "participació n" en las estructuras partidarias. Este no es un tema estadístico que se resuelva con cupos o porcentajes de participación de los jóvenes en la dirección de las estructuras partidarias. El tema es más profundo que todo eso, por cuanto la participación de las nuevas generaciones se va reduciendo día a día y las estructuras partidarias no están en condiciones de afrontar tal problema.
Para los humanistas por sobre todo son las generaciones el motor de la historia, por tanto apoyamos todas las iniciativas no violentas que ellas están tomando y nos alegramos y entusiasmamos cuando vemos que estas nuevas generaciones comienzan a despertar para abrirle un futuro a la humanidad. Somos muchos los que hemos llegado al convencimiento que ese país con que soñamos, esa sociedad por la que luchamos, no la podemos construir solos. El mundo al que aspiramos no será de un solo partido, no será de un solo color.
Esto no lo hace nadie aisladamente. Hoy necesitamos encontrarnos con todos aquellos que están en la búsqueda. Y aportando cada uno sus virtudes, podremos construir un proyecto mejor. Los humanistas podemos hoy referenciar muy bien a otros trabajando con ellos, construyendo juntos, trabajando juntos. Podemos ser verdaderos articuladores de la diversidad en torno a un proyecto común, a una dirección revolucionaria no violenta. Al no formar parte de la izquierda histórica y sus añejas rencillas internas, podemos contribuir mucho a restablecer vínculos que se han cortado. Y no se trata de que todos ellos se aprendan los 12 Principios de Acción Válida ni de que sepan de memoria el Documento Humanista. Pero si en la acción conjunta van incorporando la No Violencia Activa, si en el estilo van incorporando la comunicación directa, si en las propuestas van comprendiendo la importancia de luchar por la Democracia Real, la necesidad de modificar la relación entre Capital y Trabajo incorporando a los trabajadores a la propiedad y gestión de las empresas, si incorporan la cuestión de la antidiscriminació n frente a la discriminació n, la cuestión de la libertad frente a la opresión, la cuestión del sentido de la vida frente a la resignación, la complicidad y el absurdo, entonces me parece que vamos en la dirección correcta.
Si además vamos perfilando en cada país verdaderos líderes sociales, verdaderas referencias que encarnen el Humanismo, que lo hagan visible y reconocible en personas de carne y hueso, me parece que avanzamos más aún. Y si ponemos nuestro esfuerzo en que estas ideas se difundan, sobre todo por la TV, y que estos nuevos rostros que encarnan el humanismo puedan ser conocidos por las poblaciones, creo que el salto que podemos dar es importante.
Estos nuevos referentes de los que hablábamos, deben sustentarse en dos pilares fundamentales: poner al ser humano como centro, por encima de cualquier otro valor (ya sean éstos Dios, el Estado o el Dinero) y, como corolario de lo anterior, su forma de acción ha de ser no violenta. Respecto del método de análisis de la realidad social, es necesario incorporar a la subjetividad humana y sus motivaciones dentro de los factores relevantes que impulsan cualquier proceso de cambios, tal como ya lo está haciendo la ciencia de las últimas décadas al interior de su propio ámbito.
Como ha sucedido muchas veces antes en la historia humana, nos enfrentamos a un sistema violento y queremos cambiarlo porque nuestra vida y la de todos los seres humanos incluidos en él están siendo afectadas dolorosamente. El fundamento principal que anima nuestra lucha para propiciar un cambio estructural, y no ajustes al esquema vigente, nace de una percepción muy nítida de que la violencia social no es sólo un efecto negativo secundario sino que un factor consustancial al sistema, que impone condiciones sociales violentas y deshumanizantes.
El principal indicador para medir el avance de nuestra causa ha de ser entonces el retroceso visible de la violencia, hasta llegar a su completa desaparición desde la convivencia social. Mientras eso no suceda, la lucha continuará.
Muchas gracias.
Lisboa, 5 de Noviembre de 2006